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EDICIÓN ESPAÑA

El efecto de los récords

Todas, absolutamente todas las cifras de tráfico de turistas de 2017 baten récords. Hay que buscar debajo de las piedras para encontrar una región en el mundo que no haya crecido. Incluso es difícil encontrar lugares en los que el aumento del turismo no haya rozado los dos dígitos porcentuales.

La industria de la aviación, por su parte, ha batido récords de pasajeros, con más y más compañías, más y más aviones, y más y más destinos. Así, pues, estamos asistiendo al mayor crecimiento jamás visto del turismo que, por cierto, parece continuar en 2018.

Esta nueva situación es el resultado de la popularización creciente de esta actividad, a la que cada día accede más gente. En consonancia o en paralelo los precios de los billetes de avión, sobre todo en el corto radio, bajan constantemente, haciendo que en casi todos los continentes aquellos precios de los ochenta sean un lejano recuerdo. Sudamérica y África están también cambiando esta dinámica, aunque sean los últimos en sumarse a ello.

Sin embargo, esta masificación del turismo genera nuevos problemas, desconocidos hasta ahora.

Los turistas, como es evidente, tienden a visitar aquellos lugares que están consagrados, que son reconocidos; sólo van a lo más popular. Nadie, o prácticamente nadie, visita la maravillosa ciudad de Vicenza, mientras que todo el mundo se agolpa en la vecina Venecia; nadie va a Cerdeña, mientras Mallorca está a rebosar; etcétera.

Hay destinos de interés ambientales que sufren espectacularmente por la llegada de masas de visitantes, en algunos casos causando daños irreparables. Las aglomeraciones en ciertos destinos turísticos son espectaculares, haciendo difícil las visitas y, por supuesto, la vida de los locales. La riqueza que proporciona el turismo tiene su precio, especialmente cuando hablamos de cantidades ingentes de visitantes.

Esto está empezando a generar nuevas realidades que, de una manera u otra, habrá que regular y ordenar. Es evidente que la presencia de viajeros en ciertos puntos no puede ser ilimitada y que el turismo, con ser excelente para la creación de riqueza, encierra en sí mismo riesgos y peligros preocupantes como la saturación, la degradación del destino –sobre todo si depende del medio ambiente– o genera dinámicas de precios que terminan por afectar a la población, como lo que estamos viendo en varios casos con el alquiler vacacional.

Siempre es mejor que sea la propia industria la que ponga sentido común y orden en su negocio que dejar que sean otros agentes, no siempre sensibles con la importancia de esta actividad, quienes asuman el liderazgo de esta transición a un modelo más aceptable. No estaría de más que en España el sector se pusiera al frente de estos problemas, para con diálogo y prudencia crear dinámicas en las que sea compatible el turismo con los espacios y territorios frágiles.


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