Una maleta con un humano de acompañante

Un amigo mío me pidió que le comprara un billete de avión en una ruta de la que yo soy cliente frecuente. Le hice la gestión. Yo, como tengo un familiar en el aeropuerto de destino, viajo siempre sin maleta. Incluso muchas veces sin nada en las manos. Pero mi amigo viajaba a pasar varios días y, por lo tanto, quería un trolley.

Le dije el precio de su billete: 30 euros la ida y otros tantos la vuelta. O algo más, pero no llegaba a los cuarenta. Pero ahí viene mi sorpresa: la maleta, el trolley para llevar en cabina, cuesta más de 60 euros. Más del doble la maleta que el viajero. Para el vuelo de retorno, tres cuartos de lo mismo.

Yo no era consciente de este disparate. No podía dar crédito a lo que veía.

Le preguntan al pasajero si quiere hacerse un seguro. ¿Al pasajero? Deberían preguntar si quiere un seguro para la maleta, porque es evidente que aquí lo importante es la maleta. Es un vuelo para maletas. Los pasajeros son sus acompañantes. Desde luego, al director financiero de la compañía (por cierto, es Easyjet) no le importa cuántos viajeros volaron sino cuántas maletas. Ese es el negocio. En los aeropuertos, más que salas de espera para los viajeros, debería haber espacios ad-hoc para las maletas. A la hora de especificarle al fabricante las características de futuros modelos del avión, deben de decirle para cuántas maletas quieren que sea el avión. Lo de los compañeros de las maletas es secundario. Como si se quedan en casa. Qué más da.

Lógicamente, el seguro de la maleta tendría que venir incluido en el billete y, en cambio, el del pasajero ser opcional. Si el avión sufriera un contratiempo, los periodistas deberíamos decir: “un avión que transportaba 150 maletas entre tal y tal aeropuerto…” ¿Y los humanos? Ah, sí, van de acompañantes. Pronto, por supuesto, deberían permitir que volaran solas (las maletas), porque al fin y al cabo son el negocio.

Desde luego, esto se ha convertido en una locura auténtica.