¿Y ahora qué hacemos con el AVE?

La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) ha publicado un estudio en el que se indica que el tren de alta velocidad español, AVE, no es rentable ni en términos económicos ni sociales. La denuncia es bien conocida porque ya son muchos los especialistas que han indicado que España emprendió hace unas décadas un camino irresponsable al crear una red ferroviaria lamentable por la desproporción entre los costes y los beneficios que genera.

Estos días, el secretario general de Infraestructuras del Ministerio de Fomento, Manuel Niño, de visita a Santiago de Compostela, preguntado por los periodistas, defendió que las obras del AVE "no buscan una rentabilidad económica", sino que su finalidad es "social" a través la cohesión entre territorios. Observen cómo el secretario general ignora que el estudio de Fedea indica que tampoco es socialmente útil nuestro AVE.

Yo pienso que Niño ha dado una respuesta socorrida ante una pregunta que provoca sonrojo: la irresponsabilidad con la que gastamos el dinero público, sin estudios, sin análisis, sin criterio.

Estos días veía un caso similar: Portugal, a finales del siglo XIX gastó un dineral en fomentar el ferrocarril. Los dirigentes lusos pensaban que si Europa había crecido porque tenía ferrocarril, ellos deberían hacer lo mismo. Pero los resultados fueron un desastre: se endeudaron pero la economía no creció. El error de Portugal es no haber estudiado qué estaban uniendo. El tren no aporta riqueza automáticamente, el tren enlaza regiones, pero si estas no tienen demanda, si no hay una necesidad de enlaces, es poco rentable. El éxito europeo en la construcción del tren residió en que había una demanda, en que se unían regiones con industria y con necesidades de transporte. Poner un tren en una región rural y retrasada no genera una mejora económica, simplemente porque es imposible.

El caso del AVE español tiene similitudes, y diferencias. Es similar porque cuando se construye un tren de alta velocidad, tiene que existir una demanda ferroviaria anterior. Es cierto que el AVE crea demandas nuevas, pero no se llega a nada si previamente no hay un sustrato sobre el que poner las bases del servicio. Un ejemplo es el AVE a Galicia: hoy sólo circulan dos trenes entre Madrid y Galicia. ¿Cómo se puede justificar un AVE en ese trayecto, cuando previamente no había suficiente demanda ferroviaria? Veamos un caso similar: Gran Bretaña ha aprobado construir una línea de alta velocidad entre Londres y Manchester. A día de hoy, en la vía convencional, circula un tren de 11 vagones cada 20 minutos. O sea, un punto de partida suficientemente sólido para que aquello tenga sentido. Entre Londres y Escocia, en cambio, pese a que circulan dos trenes por hora, como la distancia es mayor, se lo están pensando porque no todas las proyecciones son positivas.

En España, en cambio, nos lanzamos sin pensar, sin reflexionar. El razonamiento del secretario general es válido: hay cosas que tienen rentabilidad social y no económica. Pero cuando uno va a gastar 60.000 millones de euros (ese es, aproximadamente, el precio de la red de AVE que ha construido España) debe pensar en qué deja de atender: ¿no podíamos mejorar la educación, la formación, la sanidad, la producción económica? Como ocurrió en su momento en Portugal: ¿no hubiera sido mejor primero crear una economía pujante para después facilitarle la movilidad, que no primero poner la movilidad sin haber creado una estructura productiva? Aducir que el AVE crea cohesión es poco serio: sin AVE, Galicia estaba a 600 kilómetros de Madrid y no parece que estuviera a punto de marcharse. La idea de que el AVE nos une tiene mucho de mito, de leyenda que se quiere creer. Pero si el AVE va vacío, la cohesión queda en entredicho.

Es obvio que nuestros problemas desbordan la simple cuestión del AVE: aquí estamos ante un fallo en la comunicación para la toma de decisiones. Aquí acordamos gastos de estas dimensiones sin debate público, sin cuestionar nada. Y en eso no sólo hay responsabilidad de los políticos sino un poco de todos. ¿Cuántos españoles realmente tienen interés en conocer estos asuntos? Y, sin embargo, en ellos nos va parte de nuestra situación económica de hoy y del futuro.