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EDICIÓN ESPAÑA

Enemigos íntimos

Un rayo de luz penetraba por la ventana y se reflejaba en un espejo, paulatinamente me fue despertando y lo primero que me pasó por la cabeza fue preguntarme ¿dónde estaba?

 

Percibía un olor extraño, y que no era habitual. De pronto me di cuenta de que me hallaba en la habitación de un hospital. No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero notaba que algo me estaba pasando. En primer lugar por el sabor amargo que percibía en mi boca y en especial la lengua, que se unía al hecho de tener la cabeza embotada, y me costaba hablar. Junto a mi cama estaba Pachi Rossich. 

 

Pero todo aquello que me tenía intranquilo no era más que el principio de una realidad. Cuando fui capaz de pensar con algo de claridad me di cuenta que el peor y más oscuro acontecimiento me había sucedido, no era más que la traición.

 

Pensé largamente en el significado de esa palabra: ¿Qué era al fin y al cabo la traición? El comportamiento de una persona que engaña o hace daño a un amigo, o a otra persona que ha depositado en ella su confianza, o también el hecho de engañar a alguien, en su buena voluntad haciéndole creer que puede realizar lo que en realidad no puede. Deslealtad, causar daño por la espalda, ocultándose, o de cualquier otro modo que imposibilita la respuesta del atacado.

 

Centennial había ya desaparecido con un agujero de más de cuatrocientos millones que Arthur Andersse, había comprobado; los habían robado literalmente.

 

Cuando me reincorporé a la vida cotidiana los acontecimientos me dieron la razón sobre la teoría del tiempo. El tiempo implacable me arrebató todo, lo perdí todo, menos la dignidad y la capacidad de pensar y poder escribir. Pero el ser humano no se conforma solo con el daño hecho, sigue hurgando para poder aniquilar y destruir la dignidad, y la libertad de una persona.

 

Solo me tranquilizaba de alguna manera un viejo relato japonés que decía así:

 

"En cierta ocasión un belicoso samurái desafió a un anciano maestro Zen para que le explicara los conceptos de cielo e infierno.

 

Pero el monje le replicó con desprecio, ¡no eres más que un patán! y ¡no puedo perder el tiempo con tus tonterías! El samurái herido en su honor montó en cólera, y desenvainando su espada exclamó.

 

¡Tu impertinencia te costará la vida!

 

¡Eso, replicó entonces el maestro, es el infierno! Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera que le estaba atenazando, el samurái se calmó, envainó la espada, y se postró ante él agradecido.

 

¡Y eso concluyó entonces el maestro, eso es el cielo!"

 

Por todo lo cual utilizando una frase muy antigua. (Exiliado en mi orilla me cobijé) y todos los días de mi vida desde entonces me repito "Las coronas de laurel son arrebatadas por un soplo de brisa: contra las coronas de espinas, nada puede la tempestad" (Hebbel).


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    Javier
    7 años

    Me gusta.

    Hispania
    7 años

    Y pensar que un ignorante de tal magnitud ha estado al frente de compañías aéreas, el resultado no podía ser otro del que fue. Y encima cursi.

    PILOTO
    7 años

    Interesante,revelador relato que puede ser asumido en todo o en parte
    por el lector.Esta vez si.

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