Thomas Cook, tres meses después

The Guardian, el periódico londinense, publicaba en su sección de información económica, el siguiente análisis:

“Cuando Thomas Cook quebró hace tres meses, las reacciones en las Islas Canarias variaban entre quienes lo veían todo negro y lo apocalíptico. 

Un trabajador hotelero describía la noticia como “una bomba”, mientras que un diputado por Tenerife decía que la crisis de la compañía desencadenaría “una de las crisis económicas más grandes que jamás hayan visto las Islas Canarias.

Dado que el turismo es más del 35 por ciento de toda la riqueza de la región, y que –hasta septiembre, al menos– mi cuarto de todos los turistas que visitan el archipiélago lo hacían con Thomas Cook, sus temores parecían justificados.

Afortunadamente, las cosas han salido mucho mejor de lo esperado. La temporada de invierno apenas ha padecido un pequeño efecto, sobre todo por el interés de los demás tour operadores y algún gobierno europeo”.

Interesante balance: apenas hace tres meses estábamos ante el fin del mundo; hoy prácticamente nadie se acuerda de qué pasó. 

¿No sería oportuno decir que la mayor parte de quienes hablaron no tenían la menor idea de cómo va el turismo? ¿No se columpiaron tremendamente?

Dice The Guardian que el tema se solucionó por “el interés de los demás tour operadores” en resolverlo. Como si para un tour operador como Tui o como Jet2, tener un cliente nuevo fuera un esfuerzo, fuera un sacrificio. Los competidores no acudieron para hacerle un favor a Thomas Cook, que había cerrado, sino para hacérselo ellos mismos, para captar clientes, cobrar, hacer caja y dar beneficios. Esa es su naturaleza. 

Aquí, lo único importante es que el viajero europeo quiera visitar Canarias o España en general. Si eso es así, si eso ocurre, no se preocupen que habrá quien los transporte, quien les venda el billete, quien busque hacer negocio. Es la naturaleza de la economía.