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Opinión

Sostenibilidad a la europea

Miles y miles de ciudadanos se amontonan a las seis de la madrugada en las puertas de decenas de aeropuertos en toda Europa. Es una escena diaria. Son hordas ansiosas, con su código de barras en el teléfono, que esperan a que los controles de seguridad puedan procesar a tanta gente. Ocurre en Alemania, Francia y Gran Bretaña. Esos miles de ciudadanos llegaron incluso antes de que amaneciera en buses, coches o trenes para poder pasar largarse a pasar unos días de ocio en algún destino del Mediterráneo. Estaban cansados. Y si no lo estaban, desde luego podemos estar seguros de que llegarán agotados. Miles de aviones esperan en el norte para cargar a sus viajeros hacia el sur.

El colapso en las terminales es de tales proporciones que ni los bares de los aeropuertos dan abasto para atender a tanta gente. Las colas se extienden por las salas de espera, saturadas de comercios. En las zonas de abastecimiento de las terminales, por un lado están descargando los camiones que traen la bebida y la comida de los viajeros y, por otro, los que se llevan el plástico que se recoge en las papeleras donde se tiran los envoltorios de las hamburguesas, los vasos de un uso o los botes vacíos de yogur. Aquello es un hervidero de actividad.

Miles y miles de viajeros partirán en vuelos que, en dos a cuatro horas, habrán aterrizado en alguna isla griega, en un campo de vuelos italiano, junto a un campo de golf portugués o frente a una playa española. Como no hay personal suficiente, o como ahora el personal quiere cobrar mejor, los retrasos son importantes. A última hora de la noche, hasta cuatro horas de retrasos son frecuentes.

Los viajeros, sobre todo los británicos, aún deberán hacer colas para que les sellen sus pasaportes al llegar, antes de subir a uno de los incontables autocares que les esperan, luciendo su acreditación 14001, certificada por Aenor, para ser repartidos por los hoteles playeros.

Así un día, y otro, y otro. Es un flujo inacabable que sólo se suavizará en noviembre, porque también han de trabajar un poco para tener derecho al próximo verano.

La gran suerte de Europa es que las empresas que llevan a los viajeros a los aeropuertos están certificadas ambientalmente porque usan combustibles eco plus, que por lo visto están adaptados; los comercios de los aeropuertos sólo emplean cartón reciclado; las mesas de los bares son de madera certificada como procedente de bosques ecológicos; los bocadillos ya no tienen carne sino vegetales; los camiones se llevan basura para reutilizar, siguiendo las directrices europeas más exigentes; las cafeterías de los aeropuertos exhiben orgullosas los certificados que garantizan que su café es solidario y sostenible; los aviones tienen un programa de compensación de emisiones mediante la plantación de árboles; los hoteles del Mediterráneo son circulares y ya te informan de que si una toalla no está en el suelo no se lavará.

De manera que tendré que corregir esa primera impresión que me dio todo esto como insostenible. Europa, desde luego, es sostenible. Que se lo pregunten a los cuatro mil turcos que han sido ‘importados’ por Alemania para poder mantener operativos sus aeropuertos.

 


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    Manuel
    1 año

    Magnífico artículo. Hace unos días escuchaba a un contertulio de los que sientan cátedra en una radio importante que decía: "Los europeos hemos decidido esta transición a un mundo sostenible, etc ... y nos va a costar dinero y molestias a todos. Hay que aceptarlo". ¿Perdón? ¿Quien lo ha decidido? ¿Sánchez, Macron y cuatro más? Yo no, desde luego. Es más, los coches eléctricos, los aparatos electrónicos y todo el gran mundo digital y verde, genera más contaminación que el modelo actual. Claro, es en China o en Africa, y eso no importa, a los no europeos que les den. Aquí somos muy guays y lo merecemos todo!

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