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EDICIÓN ESPAÑA

Las heridas que no cicatrizan

No creo que pueda decir nada original en este artículo. Sin embargo, es necesario. Es necesario decir que lo ocurrido en Túnez es una tragedia sin paliativos, es un horror por el sufrimiento innecesario causado en la tremenda matanza que provocó casi 40 muertos; es lamentable porque no tiene sentido alguno, no resuelve nada, no permite avanzar en ningún sentido, y arroja odio en las relaciones de Occidente con el mundo islámico y, también, entre la mayoría de bien que vive en Túnez y en el mundo musulmán y unos pocos locos.

 

El horror de Túnez es la enésima lección de qué fácil es arruinar el turismo, ahuyentar a los visitantes, destruir la economía de un país. Basta alguien fanatizado y un arma. Sólo eso. Porque es prácticamente imposible controlar situaciones así, incluso aunque la policía local fuera muy competente.

 

Todo es absurdo. Lo ocurrido en Túnez podría haber ocurrido (como ha ocurrido) en París, Berlín, Nueva York o Madrid. Pero, pese a ello, los viajeros tienen la impresión de que el peligro está en Túnez, aunque la enorme mayoría de los ciudadanos de ese país son unos magníficos anfitriones del turismo.

 

Recuerdo que no hace tanto a un italiano, propietario de un hotel de lujo en Sharm el Sheik, ofrecía la estancia gratuita en su hotel porque se había quedado sin clientes. Nunca hubo un atentado en esta zona de Egipto, pero el viajero occidental siente lógica aversión al riesgo, y todos pensamos que en el Norte de África hay más riesgo. Aunque no sea verdad. Así que los hoteles, y con ellos sus trabajadores, sufren para sobrevivir.


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