¿Quién resiste más?

Acabo de volver de un viaje de fin de semana por Andalucía. Iba con familia. Nos lo pasamos estupendamente, visitando lugares fantásticos que siempre quedan por descubrir en nuestro país. Dicho esto, en lo que no me quiero extender, querría destacar uno de los momentos que he vivido y que tiene que ver con la experiencia del viaje más que con el destino. Fue un momento inolvidable, tremendo, profundamente estresante, en el que me pusieron a prueba mi capacidad de resistencia.
Superé la prueba, pero estuve a punto de caer.

Mi vuelo fue con una compañía hiper low-cost que, pese a sus precios, cumplió exactamente lo que había prometido: vuelo en hora, costes adicionales según lo anunciado, sin problemas. Contraté el hotel mediante una OTA. Aunque el precio del hotel, por las fechas, por el lugar, por ser fin de semana, era extremadamente barato, todo fue como me habían prometido, propio de una de las primeras cadenas de España.

Sin embargo, hubo un momento de auténtico terror que fue la contratación del coche. No sé exactamente qué empresa era –más bien quiero olvidarlo–, que está asociada con la aerolínea. El precio del coche era ridículo, pero era el precio que ellos, la compañía había fijado. Ese precio, ni siquiera si yo hubiera querido aumentarlo, habría podido, porque son sus tarifas. Con esto quiero decir que a mí me puede nadie culpar de pagar un precio ridículo que no fijo yo. Cogí el coche sin
seguro, primero porque existe esa posibilidad y, segundo, porque tengo una empresa de seguros con la que he contratado un seguro de alquiler de coches de larga duración.

Por lo tanto, al llegar al mostrador de la compañía, les dije que no quería seguro, que sólo necesitaba el seguro básico que ya viene incorporado por obligación legal. Me retuvieron una fianza, lógicamente. Y allí empezó el problema: el agente empezó a asustarme. “Oiga, si tiene un accidente, le cogeremos todo el dinero de la fianza”. “Sí, lo sé”. Como eso no me había persuadido en comprar su seguro, me dijo que “filme el coche ahora para ver los rayones. Es su responsabilidad hacerlo. Si cuando vuelva no puede demostrar con el vídeo o con fotos que los daños que encontremos en el vehículo ya estaban, le cobraremos de la fianza unas cantidades que tiene que este documento”. Por ejemplo, rayón en un parachoches, 800 euros. Encima, en otro papel, con letras rojas, pone que no
dispondría de servicio de asistencia en carretera, lo cual está desmentido en la letra pequeña del contrato, entre otras cosas porque es obligatorio.

Y me hicieron firmarlo todo. ¿Entienden de qué les hablo cuando les digo que pasé un momento horrible, en el que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no aceptar pagar otro seguro porque con el que tenía ya comprado debería haber sido suficiente? Comprendo perfectamente que ante el acoso y el terror al que el cliente es sometido, la gran mayoría ceda. Yo, incluso con otro seguro ya pagado, estuve a punto de caer ante la presión porque, reconozco, el escenario que describen es infernal.

Déjenme que les cuente que al devolver el coche, pese a que le había hecho un pequeño rayón involuntario, que debería haber dado pie a la tremenda penalización anunciada, no miraron nada. Se ve que las instrucciones son las que agotar el esfuerzo para conseguir que el cliente se asegure, pero que después les da todo igual.