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EDICIÓN ESPAÑA

OPINIÓN

Hay que hacerse a la idea

Bueno, los datos nos van llegando a cuentagotas pero incesantemente, y todos apuntan a lo mismo: hay que hacerse a la idea de que el coronavirus va a seguir entre nosotros durante mucho tiempo. Esto tiene muchas consecuencias que hay que abordar ya mismo. Pero, primero, una salvedad: la vacuna puede cambiar esta situación. Veamos el tema de la vacuna.

Ahora mismo, hay investigaciones en marcha en varios países. Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, China y Japón dicen ir muy avanzados. Las investigaciones de la universidad de Oxford y las de un instituto de China son las más prometedoras escuchando a sus especialistas, que hablan de que la tendrían incluso en septiembre. Sin embargo, los que entienden de esto dice que sería absolutamente sorprendente que se pudiera encontrar una vacuna tan pronto, que esta ofrezca todas las garantías en tan poco tiempo y, sobre todo, que se pueda fabricar, distribuir y comercializar para llegar antes de final de este año. De lo que más dudan los expertos es de que realmente lo que parece muy prometedor en el laboratorio, arroje iguales resultados en las pruebas clínicas.

Por lo tanto, hemos de hacernos a la idea de que vamos a seguir con el virus mucho tiempo. Normalmente, deberíamos pensar en un año más. 

Esto es muy serio. Un año con el coronavirus tiene graves efectos porque ningún país puede soportar económicamente esta parálisis durante tanto tiempo, de manera que más nos vale hacer un plan para convivir con la peste y, desgraciadamente, tener que admitir una cierta mortalidad. Porque, de ninguna manera es aceptable la paralización absoluta del mundo durante más de un año. No es aceptable y no es soportable. Y no es sólo una cuestión mercantilista sino también psicológica, humana. Por lo tanto, sin hacer de Bolsonaro, ni de Trump, es conveniente construir un plan que permita la vida con el riesgo, sin que la primera pueda llevarse a su total esplendor ni que el segundo se descontrole. 

En ese sentido, hay que resolver urgentemente dos cosas: primera, el transporte aéreo, que no puede seguir paralizado más tiempo y, segunda, la certificación del estado de salud de las personas, que exige un mecanismo urgente, homologado, fiable y reconocido internacionalmente.

El tema del transporte aéreo no tiene que ver con la rentabilidad de las aerolíneas –únicamente–, sino que hoy las relaciones internacionales que hemos creado obligan a que no sigamos así indefinidamente. Hay muchas familias, relaciones económicas, relaciones sentimentales, procesos productivos que requieren el desplazamiento y, por ello, hay que desbloquear este tema. El segundo asunto se deriva de la necesidad de ofrecer algunas garantías a las autoridades para que quienes llevan meses encerrados en un país no se vean obligados a volver a encerrarse al llegar a otro país.

En todo esto, España parece ir un tanto por libre. Incluso los ministros se contradicen entre sí, con posturas no coherentes, dispares, en buena medida absurdas. Es hora de que se aclaren porque ya va siendo hora de que nos hagamos a la idea.

 


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