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EDICIÓN ESPAÑA

Analisis

Sin sentido común

Un amigo alemán, alto directivo de una multinacional, que residió muchos años en España, me contaba que si un día fuera posible combinar la disciplina que tradicionalmente tienen los conciudadanos suyos con la espontaneidad y el sentido común de los españoles, tendríamos la solución a muchos males de nuestra sociedad.

Su reflexión venía a cuento porque en una de las ocasiones en que su empresa lo llamó a que regresara varios meses para hacer un curso de formación en su país, estando con su familia en el chalet que le habían dado, por un error menor se disparó la alarma de incendios. Mi amigo no cayó en que ese aviso automáticamente se dispara en el cuartelillo de bomberos más cercano, con lo que a los pocos minutos tenía un camión de apagafuegos en su casa.

Como al parecer debe de haber existido algún caso en la historia en el que no hay llamas ni humo pero los gases bloquean a los residentes de la vivienda siniestrada, que no responden a la puerta, en lugar de llamar, los bomberos destrozaron el acceso con sus hachas. Mi amigo, al ver el desastre que estaban haciendo quiso explicarles que no había sido nada, pero los bomberos tienen instrucciones de no escuchar a las víctimas de los incendios porque estas suelen quedar aturdidas y no saber lo que dicen, por lo que a mi amigo le pusieron un paño mojado en la boca y lo sacaron a la calle, mientras otros bomberos seguían destruyendo el piso, por el bien de todos. Al final, un desastre que con un poco de sentido común se hubiera podido evitar. Sobre todo porque no hubo incendio, que al fin y al cabo parece que era lo grave.

El ejemplo viene a cuento del caos generado en el aeropuerto londinense de Gatwick con los famosos drones que obligaron a cerrar la terminal durante un día y medio. Al parecer, debió de haber algún dron, ciertamente, en el origen de todo. La policía, en respuesta a la alarma inicial, envió sus propios drones para investigar qué ocurría y para detectar a los drones de los malos. Pero sus propios drones fueron vistos por los observadores de la torre de control y del aeropuerto, que extendieron la alarma de que habían muchos, muchísmos drones, con lo que la policía incrementó la vigilancia, con lo que se desató una espiral demencial que acabó por paralizar el aeropuerto durante más de 30 horas.

Un desastre que, a partir de un hecho cierto y real, terminó por convertirse en una espiral alocada. Es lo que ocurre cuando no se combina la disciplina y el rigor con el sentido común; cuando no hay un poco de escepticismo y humildad. Cuando se cree que se puede abarcar todo y, al final, terminamos haciendo un lío monumental.

Afortunadamente, todo el circo no era para tanto: los drones no eran de los ambientalistas, ni eran de astutos terroristas, ni tampoco era el cristalero que detuvieron junto con su mujer. Sobre todo, los drones eran de los propios policías que se habían vuelto un poco locos.


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