Cuando el silencio es vergüenza

No nos estamos jugando el dinero de una cadena hotelera, ni superar un desafío que nos hemos autoimpuesto, ni siquiera demostrarnos que somos capaces de conseguirlo, como quien quiere llegar a una meta lejana: no, en España hoy nos estamos jugando la salvación económica de millones de ciudadanos, sobre todo de gente humilde, que come gracias al negocio turístico, al comercio, a la restauración, al transporte, a los servicios complementarios. Eso es lo que nos jugamos si no llegamos a tiempo para poder abrir la planta hotelera este verano, para relanzar el negocio al que estamos acostumbrados.

No es una broma: España ya lleva un verano y un invierno sin turismo. Esto supone pérdidas de ingresos para infinidad de personas, para las empresas y para el estado. Es especialmente importante esto último, porque una parte importante de la función redistribuidora del estado, la que se cumple mediante los impuestos, queda en entredicho si no hay ingresos. La idea, que a veces parece subyacer en España, de que el dinero viene de la nada, es una falsedad: el dinero lo ingresan los turistas mediante sus compras, sus operaciones, sus tasas.

Por ende, pensar en otro verano sin viajeros, es simplemente una locura. Sobre todo si se puede evitar. Si, hechos todos los esfuerzos, no fuera posible, pues habrá que apañarse. 

Pero ahora estamos a tiempo. Porque realmente lo único que hemos de hacer es organizarnos y vacunar masivamente. Las vacunas están, el personal también, sólo es cuestión de organizarnos y cumplir. Un país que en seis meses da de desayunar, comer y cenar a cuarenta millones de visitantes, por supuesto que puede vacunar a otros tantos en ese tiempo. En junio España tiene que ser un país en condiciones de poder ser visitado sin temores. Este es el clamor del turismo. De los viajes. De los trabajadores. De las empresas.

Sin embargo, resulta curioso que en algunos casos, los empresarios –como es el caso de Gabriel Escarrer, el primero del país-- hagan un esfuerzo poniendo el grito en el cielo, intentando concienciar a los gobiernos de la importancia de este esfuerzo, mientras las patronales que los representan –como es el caso de la de Mallorca-- callen o reaccionen tarde y mal como si esto no fuera con ellos. Llama la atención porque estamos ante un clamor generalizado ante el cual el silencio se convierte en vergüenza.