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EDICIÓN ESPAÑA

OPINIÓN

Albarracín

Integrado en la asociación de los pueblos más bonitos de España, Albarracín es un lugar ideal para pasar un fin de semana en otoño, temporada en la que los colores brillantes de arces y robles, se reflejan en la espléndida luminosidad de un cielo amplio dentro de inmenso territorio despoblado. Las suaves temperaturas de esta época facilitan la excursión.

 

La forma más fácil de llegar es en automóvil. Doscientos setenta kilómetros y unas tres horas desde Madrid, la ruta puede convertirse también en un peregrinaje más lento, empezando en la A2 y luego la N320 por Molina de Aragón, o bien la N320 por Peralejos de las Truchas. La vuelta se puede realizar por Cuenca y Tarancón. Desde Valencia se llega en un par de horas. Desde Barcelona se tarda más del doble.

 

A unos 1200 metros de altitud y enmarcado en un municipio en el que viven poco más de dos habitantes por kilómetro cuadrado, el pueblo de Albarracín se ha ido despoblando a lo largo del siglo XX hasta contar actualmente con poco más de mil habitantes que viven casi todos en El Arrabal a las faldas de la zona monumental.

 

El deterioro, que parecía irremediable hace veinte o treinta años, parece haber sido detenido gracias a los esfuerzos de la Fundación Santa Maria de Albarracín, formada por el Gobierno de Aragón, el Obispado, Ibercaja y el ayuntamiento, que tiene como objetivo la restauración todos los edificios del lugar. Su trabajo más importante ha sido la recuperación de la Catedral, que estaba en estado de abandono antes de la intervención.

 

El pueblo que está situado en un cañón del Rio Guadalaviar, que se convertirá en el Turia, mantiene todavía en parte su carácter islámico bereber que es el que le da ese carácter peculiar.

 

Los turistas pasean por una calles de trazado adaptado a la difícil topografía, con escalinatas, pasadizos, y aleros que casi se tocan. La arquitectura tradicional con yeso rojo y madera, algunas Iglesia, entre ellas la de Santa María comenzada en el siglo XII y numerosas casas señoriales en las que residían los propietarios de los rebaños de ovejas que, hasta recientemente hacían la trashumancia caminando hasta Jaén, o peculiares como la muy fotografiada de La Julianeta y una recoleta Plaza Mayor, dan un carácter único al pueblo. Se pueden visitar algunos museos como el Diocesano, intramuros, y centros como el Trebuchepark, fuera de ellos, dedicado a la reproducción de máquinas de asedio.

 

En las cercanías, la sierra de Albarracín, en los Montes Universales, forma parte de una gran reserva de caza en una zona casi inaccesible en donde nacen el Tajo, el Júcar, el Guadalaviar y el Cabriel que, al poco forma las bellas cascadas llamadas los Ojos del Cabriel. Jabalíes, ciervos, gamos y especies similares pueden moverse libremente en inmensos espacios.

 

En esa escarpada orografía se movieron con soltura los guerrilleros en la Guerra de Independencia, los que apoyaron al Austria, en la de Sucesión, los carlistas que se hicieron fuertes en la zona y hasta maquis, tras la guerra civil.

 

Pocos sitios hay en Europa donde el vacío humano es lo que más llama la atención. Este es uno de ellos. Los amantes del silencio encuentran aquí su paraíso.

 

El llamado por el Gobierno aragonés “Parque Cultural de Albarracín” alberga numerosos abrigos de arte rupestre, los más antiguos de hace más de ocho mil años y muchos integrados en itinerarios, para poder ser visitados. Gran parte de ellos fueron descubiertos en los años setenta del pasado siglo. Forman parte del Arte Rupestre Levantino declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El inicio más fácil es desde el cercano punto de información del Navazo.

 

También es visitable en varios puntos el acueducto romano Albarracín-Cella.

 

Además de los numerosos y bellísimos paseos con vistas infinitas, en la zona de los Pinares de Rodeno los adeptos, varios cientos en fines de semana, y procedentes de todo el mundo, pueden practicar el “Boulder” un tipo de escalada en roca, de dificultad media. El lugar es según los expertos uno de los mejores del mundo para esta actividad.

 

El alojamiento es simple, algún hotel de tres estrellas y varias casas rurales en las cercanías que, en general, ofrecen habitaciones a menos de cuarenta euros.


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