Un año, doce meses, con suerte

Supongo que era una bravuconada, de las habituales en boca de Michael O'Leary: cuando empezó todo este lío del coronavirus, el peculiar empresario irlandés soltó que “podemos aguantar doce meses”. Hacía referencia a que Ryanair tiene en caja cuatro mil millones de euros, con los que puede hacer frente a cualquier crisis, con cierta tranquilidad.

Sin embargo, aquello que en aquel momento parecía la típica salida de pata de banco de O'Leary, empieza a adquirir verosimilitud. Hoy llevamos dos meses con todos los aviones de todas las aerolíneas en tierra y la propia Ryanair habla de otros dos meses para empezar a volar mil vuelos, que es una parte de su operativa. Y lo dice sin ninguna garantía, justamente tres días después de que el Gran Bretaña –su primer mercado– confirme que todos los viajeros que lleguen a las islas van a tener que someterse a cuarentena y, también, el mismo día en que España publica en su amado Boletín Oficial que todos los viajeros que lleguen al país tendrán que aislarse dos semanas o, lo que harán, no venir.

Parecía una bravuconada pero va a resultar que todavía va a acertar. ¿Qué están haciendo los gobiernos para asegurarnos de que en agosto, en septiembre, en enero, esto va a estar normalizado? Hoy, prácticamente no tenemos ninguna certeza. Y tampoco parece que la situación pueda permitir que la aviación se recupere antes de Navidades. 

Todo lo cual no va a suponer problemas insalvables para Ryanair, pero va a dejar en la cuneta a miles de trabajadores de aerolíneas de todo el mundo; va a destruir el negocio turístico de algunas regiones que dependen de la aviación, y va a provocar un daño estructural en la economía que va a durar mucho tiempo.

Al final, aquella broma de O'Leary, de que hasta el 2021 podía aguantar, va a terminar siendo una verdad como una casa. Porque incluso aunque la vacuna apareciera este año, no va a disponer de ella todo el mundo desde el primer momento. Las cosas, pues, pintan mucho peor de lo que creíamos.