Riesgos hoteleros

Hablar como lo estoy haciendo yo, conociendo el destino que ha sufrido Thomas Cook, es muy fácil. Es como acertar la quiniela el lunes. Ahora bien, si me aceptan la libertad, quiero opinar sobre los hoteleros que habían apostado ciegamente por Thomas Cook, más allá de lo que se venía publicando en la prensa especializada y lo que se decía en los círculos turísticos desde hace años.

En dos palabras, quiero decir que deberían hacer un ejercicio de análisis para ver cómo ha sido posible que ellos, los que se jugaban dinero, fueran los últimos en enterarse de que aquello hacía aguas.

Hay muchas razones que me llevan a suavizar la crítica. Por ejemplo, algunos hoteleros estaban con Thomas Cook porque fueron leales a quien siempre le envió clientes. En este caso, no sé si criticar o si admirar la valentía de mantenerse fieles con el cliente de siempre.

Pero los negocios exigen cautelas. Se sabe que Thomas Cook va mal desde hace tres o cuatro años, por lo que habría sido al menos prudente no depender totalmente de ellos, haber diversificado. Algún hotelero dice “me engañaron”. Es un poco ingenuo esperar que el ministro de Hacienda nos diga que mañana va a devaluar la moneda, que un vendedor nos reconozca que su producto es más bien inútil o que alguien que podría no pagar lo que contrata nos advierta de ello. Esto es casi un ‘abc’ del empresario: no esperemos de quien es parte en discordia que nos alerte del riesgo.

Comprendo la buena fe, pero cuesta entender que no se hayan tomado cautelas cuando el crédito con Thomas Cook ya no se aseguraba. ¿Por qué creen que las aseguradoras actuaban así?

Por supuesto, cada caso es un mundo y hemos de aceptar que concurren muchas circunstancias sobre esta decisión. No obstante, si algo era cierto es que nadie debió de sorprenderse el 23 de septiembre, cuando se produjo la caída del mayorista. Y si a alguien le vino de nuevo, la cosa es grave.