Las otras tragedias del Covid

Estos días se conoció que tanto Europcar como Hertz, dos de los mayores empresas mundiales de rent-a-car se han vendido a precio de saldo a inversores oportunistas. Los antiguos propietarios no han podido soportar el grifo económico abierto que suponían estas empresas. En el caso de la europea, ya se había comido cuantiosas ayudas que le había concedido el estado francés, raudo en soltar dinero del contribuyente.

La situación de las rivales no es mejor, con alguna salvedad irrelevante.

Esta noticia nos señala con el dedo la crisis callada que están pasando en España incontables pequeñas empresas de alquiler de coches que están en las inmediaciones de los aeropuertos, en núcleos turísticos o en islas, que habían creado su estructura comercial a partir de un flujo de viajeros hoy inexistente. Salvo los Ertes, que en realidad ocultan Eres, no han recibido ninguna ayuda a fondo perdido.

De esos rentacaristas viven propietarios de locales comerciales, mecánicos, personal de limpieza, compañías de seguros, ocasionalmente algún transportista, camioneros que llevan los coches de una terminal a otra. 

Cuando se habla de turismo todo el mundo piensa en el hotel. Ya les agota recordar a las agencias de viajes o los mayoristas, de manera que hay un mundo que queda oculto. Ese mundo lo pueden representar las empresas de rent-a-car, junto a las que podríamos mencionar a los guías turísticos, el trasporte discrecional por carretera, los taxistas, el ocio nocturno, la restauración, las empresas de seguridad, las tiendas de souvenirs y hasta los distribuidores de cerveza que, les aseguro, en aquellas zonas visitadas por ingleses y alemanes tienen una mina de oro delante.

Este mundo está hoy muerto, frecuentemente sin ayudas, olvidado. Este mundo es el turismo en toda su dimensión.