El riesgo, en casa

Estuve de viaje unos días en el extranjero. Yo creo que, ante la epidemia de Covid, es necesario intentar mantener la mayor normalidad posible en la vida, cuidando los riesgos. Y eso hago: viajo si es posible, a donde es posible, intentando cuidarme y sin aceptar situaciones delicadas, que potencialmente puedan suponer un problema.

Mi viaje fue perfectamente normal, tal como había planeado. Con coche de alquiler en destino, la situación está muy controlada. Los hoteles, también, han adoptado muchas medidas muy cautelosas. Aún es posible escoger restaurantes con comedores en espacios abiertos, ventilados adecuadamente. Los aeropuertos apenas tienen viajeros, con lo que casi son más seguros que estar al aire libre. Todo está facilitado por el hecho de que apenas nadie viaja, con lo que las aglomeraciones son mínimas.

Sin embargo, viví dos situaciones innecesariamente incómodas: al llegar a España, en lugar de utilizar la pasarela, mi avión fue desembarcado en remoto, con jardineras para el enlace. Y allí viene el problema: los aeropuertos, al menos los españoles, siguen usando las jardineras como si no existiera el virus, sin que el viajero pueda encontrar una alternativa. ¿Por qué hemos de viajar amontonados como antes? ¿No se puede obligar a usar más jardineras o a hacer más viajes?

Después, utilicé el bus en mi ciudad para el regreso desde el aeropuerto y, nuevamente, el mismo problema. Según un decreto de la autonomía en cuestión, en el autobús pueden ser transportados 69 pasajeros, resultado de sumar todos los pasajeros sentados –se pueden ocupar todos los asientos– y los que pueden ir de pie. ¿Pero dónde estamos?

O sea: seguridad por todo, menos en lo que depende de nosotros, que es sencillo y ante lo que evidentemente no estamos aplicando sentido común. 

Eso sí, está prohibido fumar en la calle, como si alguna vez en algún lugar se hubiera encontrado un contagio de coronavirus relacionado con el tabaco.