El desastre turístico

Daba la impresión de que 2020 podría acabar con una facturación total por turismo que, quizás, rondase el 30 por ciento de lo habitual. Dependía, sobre todo, de lo que queda de año, que podría haber sido bastante positivo. Había que tener en cuenta que ahora ya se conoce al virus, parece que su letalidad es inferior, que las autoridades tienen más control de la situación y que, como resultado de todo ello, viajar podría haber sido menos peligroso.

Sin embargo, hemos vuelto a quedar aislados de Europa. Sólo Canarias conserva un nexo con Alemania, que debería preservar a cualquier precio. Ese aislamiento general hace que, de ahora a final de año, si las cosas no cambian –y no lo parece, salvo para ir a peor--, la ocupación turística será mínima.

Pero atención: esto no es sólo un baile de cifras; esto no es decir que pasamos del 35 al 5 por ciento; esto significa multiplicar las quiebras, los despidos, la profundidad de la crisis. Y esto sí que podía haber estado a nuestro alcance haberlo impedido.

Más allá de las incontables tonterías que han dicho todos los gobiernos del mundo cuando apareció el virus, en marzo se podía entender el desconcierto. Agua pasada no mueve molinos, dicen, señalando que no vamos a arreglar nada removiendo aquello. Sin embargo, hoy sí teníamos que haber mantenido el virus a raya. Como está haciendo casi toda Europa, con mínimas excepciones. Y no: hoy España es, con diferencia, el país que peor lo lleva. Tenemos días de nueve mil contagios, que es lo mismo que teníamos en los días más malos de abril. En un día normal, estamos en casi cuatro mil contagios, triplicando y cuadruplicando a casi todos los países grandes de Europa. En Auckland, Nueva Zelanda, han impuesto la cuarentena porque tuvieron cuatro casos, cuando nosotros por eso no damos una rueda de prensa, con lo que nos gusta.

Hay irresponsabilidad colectiva, desde luego, pero hay inacción pública. ¡Cómo es posible que España no sea capaz de parar los botellones! ¡Cómo no somos capaz de trazar a los afectados, uno a uno, y seguirlos! ¡Cómo es posible que por los aeropuertos entre cualquiera, enfermo o no!

El resultado es tremendo: España ha terminado aislada de Europa.

Quiero comprender a los políticos: ellos son parte de un engranaje que no funciona, que es sólo aparente y que, por ello, está bloqueado. Aunque los políticos no lo entiendan. Yo no soy cruel con ellos porque creo que los problemas exigen mucho más competencia, mucha más sinceridad colectiva, mucha más autocrítica: aquí, lo que ahora llaman la gobernanza, el ejercicio del poder, no funciona. Es un ejercicio de ineficacia, de entretenimiento, de conversación interminable, que acaba en cero resultados. Y eso, visible en todo, ahora lo tocamos con las manos en un asunto de primer orden, pero está presente en casi todos los demás niveles de la sociedad –bien que se conoce en Turismo.

Y lo lloraremos mucho tiempo porque esto va a significa empobrecimiento. También de quienes creen que estamos ante una buena noticia. También ellos se empobrecerán porque toda España perderá una parte del camino recorrido.

Si esta tragedia nos llevara a hacer un análisis serio y riguroso de los fallos y si de aquí se extrajeran lecciones para cambiar el nivel de eficiencia del poder público, el coste y el sufrimiento habrá valido la pena. Si ni siquiera llegamos a esto –yo lo descarto--, entonces lo pasaremos mal.