A favor y en contra de los apartamentos

El Gobierno de Baleares está formado por la izquierda diversa: bajo una presidencia socialista, se esconden ecologistas, nacionalistas, podemitas, republicanos, antisistemas, feministas, antitaurinos, etcétera. Cuando hace unos años se produjo la eclosión del alquiler vacacional, cuando Mallorca e Ibiza –y en menor medida Menorca– se convirtieron todas ellas en un hotel, con todos sus apartamentos alquilados, estos partidos se empezaron a preguntar qué les sería más rentable electoralmente. Por un lado, la mayor parte de sus votantes –como los del Partido Popular–, tienen pisos o casas que son alquilables; por otro, los ecologistas se oponen frontalmente a convertir todas las islas en un hotel, por el impacto tremendo que tiene para el medio ambiente y, finalmente, crearle competencia a los hoteleros, objeto de todos los odios imaginables, complacía a todos.
Todos los partidos, también la derecha, han defendido una cosa y la otra casi al mismo tiempo, dependiendo del público que tuvieran delante. El propio exalcalde socialista defendió públicamente la existencia de apartamentos turísticos, cuando ahora los destierra de Palma.
El tiempo ha pasado y la derecha, igualmente carente de una idea propia, se ha posicionado a favor de dar barra libre a los apartamentos, en contra de los hoteleros, sus eternos aliados. Así, pues, a la izquierda le tocó posicionarme en contra, a favor de la prohibición, compartiendo viaje con los odiados hoteleros.
Hoy la izquierda nos ofrece el siguiente panorama: prohibición de los alquileres en Palma, con la esperanza de conseguir el voto ecologista y progresista y autorización casi total fuera de la capital, con la esperanza de captar a los propietarios de fincas, entre quienes hay muchos de sus votantes. Esta estrategia tiene un único problema: puede provocar un apoyo masivo, pero también podría darse el caso que provocara el rechazo de los ecologistas porque es muy permisiva fuera de Palma y el de los propietarios de pisos, porque es absolutamente restrictiva en la capital.
No es de extrañar, pues, que el socialista Hila, que fuera alcalde de Palma, diga hoy, sin poder de convicción alguno, que “esta norma no es para siempre, se puede modificar”, con lo que uno no sabe si han hecho lo que querían hacer o si están diciéndonos que van a cambiar una reglamentación que aún no ha entrado en vigor.
Es lo que pasa cuando nadie tiene ni una sola idea en la cabeza y sólo se juega al oportunismo electoralista.