El vuelo de las turbulencias malaventuradas por el piloto

Por encontrarnos en época de paz y armonía, obviemos el nombre de la aerolínea. Dejemos también sin mentar el nombre del comandante por hallarnos inmersos en momentos bizcochables. E incluso no mencionemos el destino final del vuelo para no herir susceptibilidades en días de sosiego y felicidad. Digamos, eso sí, que el aparato volaba al Caribe y que operó el día de Navidad, que no es dar muchas pistas, aunque menos da una piedra. Siendo generoso, otro dado más: la compañía es española.

El piloto en jefe saluda por megafonía a los pasajeros nada más despegar. Entre otras cosas, anuncia que “afortunadamente no va a haber turbulencias durante el trayecto”, y que solo al final puede que se mueva un poco, cuando se esté acercando a destino. Insiste en que va a ser un vuelo “limpio”. Él se escuda, y blinda, en las indicaciones del parte meteorológico. Pero o las previsiones estaban erradas o el primer piloto no las interpretó nada bien. Porque turbulencias hubo muchas, y durante horas.

De hecho, a los 60 minutos del despegue del aeropuerto de Madrid —no diremos de qué terminal—el avión empezó a moverse y moverse sin parar, hasta el punto de que la tripulación tuvo que detener su trabajo. Afortunadamente, las turbulencias comenzaron cuando ya se había servido el almuerzo. Unas turbulencias que duraron casi tres horas seguidas y que provocaron algún que otro choteo entre los pasajeros, que se extendió a unas Tcps que trasladaron no sin cierta sorna al comandante su “acertado” vaticinio.

El vuelo llegó a destino sin mayor problema, sin turbulencias en aproximación, pero el comandante en jefe no hizo alusión a su metedura de pata, imprevista y mal calculada, seguramente por causas ajenas a su voluntad. Luego, en el hotel con nombre de realeza, se lo repensó y llegó a la conclusión de que debía haber pedido excusas, cosa que habría sido del agrado de un pasaje que hubiera recibido con buen sabor de boca unas disculpas sin mayor importancia.