El problema del Covid es que ha enloquecido a los políticos, ansiosos de presentarse ante el mundo como buenos, modernos, avanzados, justos, solidarios y cuantas otras cosas se nos puedan ocurrir.
Hace apenas unos meses, cuando Europa estudió la creación de un pasaporte que demostrara que el titular había sido vacunado, varios países se opusieron, aduciendo que discriminaría. Obviamente: si uno demuestra estar vacunado, prueba que tiene menos riesgos que otros. Aquello conduce a la discriminación, palabra tabú para un político bien pensante. Francia fue la líder en aquel caso, oponiéndose a un pasaporte inevitable.
Pasado el tiempo, Francia introdujo el susodicho pasaporte en el país y ahora es la pionera en limitar el acceso a eventos y establecimientos si no se exhibe el documento con las dos vacunas. O sea: los que se oponían, ahora son los que lideran lo que ellos mismos habían llamado discriminación.
Suena un poco feo, desde luego, decirle a alguien que no puede entrar a un establecimiento porque no está vacunado, aunque suena un poco peor aceptar a alguien contagiado en un local con gente para diseminar el virus tranquilamente.
Este es un dilema que tiene que ver con la historia de la humanidad. ¿Vamos a tratar a todos igual? ¿Si usted se sube a un avión, para no discriminar, me aceptaría a mí como piloto? ¿O me va a decir que no, en beneficio de un señor que ha estudiado cómo funcionan aquellos aparatos? Hemos creado mil documentos para probar quienes somos y así poder discriminar: por edad, por nacionalidad, por formación, por estatura, por lo que sea.
Pronto vamos a vivir este dilema en España. Obviamente, es un dilema estúpido, sin sentido, pero en una sociedad que ha convertido la igualdad inexistente en una meta, da igual cuán inalcanzable sea, podemos encontrarnos con cualquier sandez. Como las que ha perpetrado Francia.
Si todo el argumento órbita en el meollo que NO somos iguales -ni falta que hace-, dígalo y nos ahorramos la homilia.
Sin reglas, sin normativas, sin Leyes no existiría la Sociedad.
Preocupante la tendencia al “no me da la gana” promovida desde altas esferas políticas.
Amén.
La derecha está empeñada en devolvernos a la discriminación imperante en sus regímenes favoritos, los fascistas, o incluso peor, las monarquías y los señoríos feudales. Pero es una farsa. En cuanto quedan relegados a la oposición se hacen las víctimas, claman con eso de "libres e iguales" y llevan a los tribunales cualquier "privilegio" que detecten en vascos o catalanes. Lo de la vacuna es lo mismo: como la discriminación conviene a sus negocios la ensalzan. En cuanto fuesen ellos los discriminados, acusarían a Sánchez de bolivariano. Ni caso.