Llorar, como siempre

Este fin de semana estuve en un evento empresarial en un hotel en Mallorca. Francamente, no hay ni un dato a día de hoy que no sea excelente: hay más turistas que nunca, con los precios más elevados que se recuerdan. Es decir que nada nos permite dudar de que estamos ante un verano inolvidable desde todo punto de vista. Si quieren algo negativo, yo sólo veo que el problema ambiental se agrava con tanto movimiento. Pero nada más.

Sin embargo, en ese mismo evento al que asistí, muchos hoteleros decían que no todo era como parece, que las cosas no van tan bien como piensa la gente, que llevan mucho retraso en sus ingresos, que no hay tanta alegría como creemos, que las cajas habrá que comprobarlas en octubre, que nunca hay que creerse lo que vemos con nuestros ojos, que hay gente pero no todos pagan lo que toca, aunque también hay quienes pagan pero no es como les gustaría.

En décadas, yo no recuerdo que los hoteleros hayan dicho abiertamente que las cosas les van bien, por lo que tengo que entender que el párrafo anterior es la forma que tienen de admitir que nunca antes habían hecho tanto dinero. El llanto es su estado natural.

Siendo condescendientes, hemos de admitir que los dos veranos anteriores, especialmente el primero, fueron muy malos y que, lógicamente, las pérdidas acumuladas eran importantes. Pero eso de ninguna manera eclipsa el mejor verano que se recuerde.

Ahora le tocará el turno a los gobiernos y las oposiciones: no han tenido nada que ver con esto, pero ya verán que saldrán a decir que se congratulan de que las cosas hayan ido bien gracias a su trabajo, sea desde los cargos públicos, sean desde la oposición. Ni los unos ni los otros han hecho nada porque este éxito se debe fundamentalmente a que los ingleses y los alemanes tenían unas ganas locas de viajar, que ya no podían aguantar más.

Por eso, y sólo por eso, les da igual cómo sea el viaje y quieren sol.