Idiomas: un negocio muerto

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el cual había jóvenes a partir de los doce años y hasta pasados los treinta, que viajaban a aprender idiomas. En Europa, el destino rey, por razones obvias, era Gran Bretaña. Pero no sólo.

Alemania, Italia, Francia, España también hacían sus pinitos con los extranjeros que querían conocer el idioma. Y, como segunda versión del inglés, Irlanda y Malta también solían tener una presencia masiva de estudiantes.

El negocio simplemente murió, sin que haya ni Ertes, ni líneas de ayudas, ni subvenciones. Es un negocio con una parte importantísima de turismo, porque frecuentemente se aprovecha para viajar, para conocer el país, para disfrutar de un destino nuevo en el que se está durante mucho tiempo.

No queda hoy nada. Ni siquiera con la apertura de fronteras hay quien se anime a enviar a sus hijos al extranjero, porque los cierres están a la vuelta de la esquina, porque lo que empieza de un color acaba de otro y, por supuesto, por el riesgo sanitario que siempre existe.

¿Las víctimas? Miles de jóvenes, algunos profesores ocasionales, otros profesionales, se han quedado al menos sin ese complemento veraniego y en muchos casos también sin los cursos durante el resto del año. 

Ya va siendo hora de que acabe este desastre porque sus consecuencias están agobiando a todo el mundo.