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EDICIÓN ESPAÑA

Análisis

El riesgo de ser los primeros

Latinoamérica está viviendo una edad de oro de la aviación. Lo que está ocurriendo es que todos los que pretenden ser actores destacables en el futuro de la aviación de la región están intentando posicionarse porque, piensan, si desde hoy están presentes, un día cuando el continente haya madurado, tendrán una parte del pastel del transporte.

Latinoamérica está absolutamente subdesarrollada en materia de transporte aéreo. Esto es calamitoso especialmente en algunos países como Argentina, Chile, Bolivia o Venezuela y en menor medida Brasil o Perú. Por eso, hay mucho terreno por delante. Por eso Norwegian ha querido tener un pie, aunque no se sabe si es un acierto. Y por eso Latam está trabajando con cuidado para reposicionarse ante lo que pueda ocurrir con los servicios de corto y medio radio.

El futuro que pretenden para sí los gestores de estas aerolíneas es prometedor, pero, sin embargo, no siempre las cosas terminan por desarrollarse como están previstas. El fundador de Easyjet, el griego Stelios Haji-Ioannou, también pensaba que debería ser de los primeros en entrar en el transporte low-cost en Africa porque, cuando el continente se desarrollara, su compañía sería la líder. Por eso fundó Fast-jet, que opera fundamentalmente en el sur del continente. La idea, brillante; el resultado, más bien un desastre.

Esta semana Fast-jet dijo que le quedaba dinero para una semana y que si no había una inversión urgente, dejaría de operar. ¿Por qué el fracaso? Porque una cosa son los papeles y otra la realidad. Fast-jet ofrece un servicio muy interesante visto desde una perspectiva europea. Pero en Africa la economía no está al mismo nivel, las empresas aéreas son en su mayoría públicas y no tienen miedo de perder dinero, el usuario no valora las mismas cosas que en Europa o en Estados Unidos y, por ende, aquello no funcionó.

Ojalá que la expansión del negocio low-cost en Latinoamérica no acabe igual que en Africa. La intención es buena, las perspectivas son coherentes, pero el riesgo de que algo no funcione, de que los políticos no mantengan su propósito liberalizador, de que las empresas existentes no presionen con sus armas, de que los clientes no acepten el modelo, de que los sindicatos no armen la marimorena es extremadamente alto. Claro que para cuando sepamos si el negocio es seguro, quienes han arriesgado tendrán el premio de estar instalados.


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