A propósito del llamado “turismo de calidad”

Oigo escandalizado, que no sorprendido, perorar a unos y algunos otros a propósito del llamado “turismo de calidad” frente al masivo de sol y playa. Creen que 76 millones de turistas se consigue con solo quitarse el sombrero y olvidan que el turismo es una industria que tiene un ancestro de más de sesenta años en España.

Se olvidan de algo sustancial: que esa industria que crea riqueza, da empleo a millones de personas y fue el factor más decisivo para cambiar la vieja piel de un país de postguerra asienta sus reales sobre una competencia feroz y que solo se logra conjugando factores diversos: clima,  buena gastronomía, precios competitivos, receptividad de las gentes, comunicaciones y un largo etcétera. Un cóctel difícil de agitar con éxito.

PROGRAMAS

He leído los programas electorales de las diferentes formaciones políticas con alguna posibilidad de gobernar. Hay poca idea novedosa en la mayor parte de los casos si bien si se percibe quizá una diferencia entre quiénes han tenido esa responsabilidad y los que todavía están “in albis”. Yo me atrevería incluso a escribir que la línea que separa a unos y otros se encuentra entre los que creen en el “turismo” y los que simplemente lo rechazan al considerar al “turista” como un mero aguafiestas que viene a condenar la ecología y el sistema y ve a los emprendedores en este sector como unos meros arrampladores de pasta.

Y en esas estamos. Cuando se habla de cifras récord los cavernícolas de casi siempre hacen un mohín de desagrado para pasar con solución de continuidad de “turismo de calidad”.

¿De qué hablan? ¿Qué perpetran? Pues básicamente que lo ideal sería que llegaran a aquí 76 millones de personas dispuestas a dejarse 10.000 euros por barba dándole a una pelota de golf, visitar de puntillas las catedrales y museos y a ser posible que gasten la menor cantidad posible de litros de agua, ducha incluida.

Peroran desde la ignorancia y la inexperiencia. ¡A mí, sin duda, también me gustaría que el románico y el gótico de mi tierra castellana fuera visitado por millones de europeos y americanos y, al mismo tiempo, se bebieran el mejor Ribera del Duero para regarlo con los manjares gastronómicos de la zona, esto es, el lechazo, la morcilla, la carne, y demás exquisiteces que, además, son productos caros. Pero lo que hay es lo que hay. Mucho más en momentos de gran crisis económica.

¿Quiere ello decir al ademán del columnista que hay que renunciar a esa desiderata? Absolutamente, no. Pero esto es como la cantinela permanentemente repetida de que hay que cambiar el modelo económico… Son cosas que se dicen más pronto que se llevan a cabo. Se necesita tiempo, dinero para la promoción y mejorar los destinos “caros” y ecológicos. Porque se cambian las cañerías hay que seguir dando agua.

REFORMA

Sería un auténtico dislate poner en cuestión la esencia misma de la industria turística española. Mejorar la oferta, desde luego. Ir paso a paso intentando que los que vengan aquí se dejen la mayor cantidad de dinero, evidente. Pero, sinceramente, renunciar a lo que se tiene sin alternativa clara es algo que podría ocurrírsele a algún dirigente político al uso que nunca gestionó ni una mercería.

Lo sustancial es ir progresando a partir de lo conseguido. Empezar de cero es algo que siempre ha estado presente en nuestra Historia y a todos los niveles. Al final, ese ejercicio solo consigue batir récords en melancolía y frustración.

¿Cambiar el modelo? Yo apostaría por mejorarlo y pulirlo. No podemos permitirnos tal y como está la competencia mundial dar pasos a ninguna parte, mucho menos creernos que somos estupendos e incluso considerarnos que somos de verdad.

La experiencia histórica ha demostrado que salvo raras excepciones las revoluciones que se hicieron para combatir estados de necesidad tienen un denominador común: crear aún más estados de ansiedad o miseria.

¿Por qué no escoger la vía de la reforma?

Sentido común, please. Que debería ser el más común de los sentidos.