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EDICIÓN ESPAÑA

Destinos | España tiene que renovar su producto, antiguo y en algunos casos, desfasado

La carencia de inversión lastra el turismo vacacional

El fuerte incremento de la demanda turística ha sido respondido con más inversión privada en la hostelería, adaptando la oferta de alojamientos a la evolución de la demanda
El sector público, responsable de las zonas turísticas, endeudado y sin recursos, no acompasa los esfuerzos privados, dejando a España con un retraso inversor

Las expectativas de negocio para la temporada turística española este año son excepcionales. A las excelentes perspectivas que presentaba el mercado al inicio de 2015 hay que sumar ahora la huida de turistas del Norte de África, en buena medida influida por el atentado de Túnez, que parece terminar por disparar los precios en la hostelería vacacional española. Así, pues, la confluencia del buen comportamiento turístico europeo, la huida de los viajeros del Norte de África y, por fin, el renacer de la demanda nacional española, apuntan a un verano excepcional.

 

tuismo-vacacionalLa cuestión, sin embargo, no es sólo hacer caja. Eso está bien, pero hay que mantener la perspectiva de que España tiene que renovar su producto vacacional, antiguo y en algunos casos, desfasado. Recordemos que la enorme mayoría de la oferta vacacional española es de los años sesenta, lo cual indica que las cosas no están precisamente bien.

 

Sin embargo, este renacimiento es una excelente oportunidad para invertir y cambiar una tendencia que era muy preocupante hace una década. Y de hecho, muchos hoteleros están haciendo obras profundas en sus establecimientos para mantenerse competitivos. En muchas zonas de nuestras costas, este ha sido un invierno de obras. Y, si el verano cumple sus expectativas, podemos esperar que el invierno que viene haya un aluvión de reformas para adaptar los hoteles a la calidad que pide la demanda.

 

Pero eso no basta. El turista no sólo está dentro de los hoteles, no sólo percibe la calidad de las habitaciones, sino que su experiencia vacacional está igualmente influida por el entorno en el que se mueve, por las calles, los parques, los espacios públicos. Es decir que las administraciones públicas tienen mucho que decir en cómo están nuestras zonas turísticas y, especialmente, en la impresión que los viajeros se llevan a sus países cuando regresan.

 

Y en esto, la impresión es que no estamos avanzando. La mayor parte de nuestros ayuntamientos están ahogados económicamente, y son incapaces de abordar una renovación urgente. Mientras los hoteleros están obteniendo recursos con los que financiar su modernización, los ayuntamientos agonizan, incapaces de afrontar proyectos que, por otro lado, tampoco sabrían gestionar adecuadamente. Las autonomías, cuyos líderes están auto atribuyéndose la mejora económica que supone el alza del turismo, están endeudadas hasta niveles inconcebibles y no están en disposición de invertir ni lo más mínimo en mejorar las zonas turísticas.

 

El poder público no sólo puede aportar dinero para el funcionamiento del turismo, sino legislación que facilite programas de esponjamiento, reducción de densidad, protección de zonas de interés. En esto se ha avanzado algo, pero las deficiencias son elevadas, debido a las presiones sociales y al clientelismo con el que se mueven nuestras administraciones públicas. Y, peor aún, a estas alturas no hemos llegado a diseñar modelos legislativos que permitan incentivar la inversión privada en la oferta complementaria que, en muchos casos, en muchas zonas, se encuentra en situación lamentable.

 

Así, pues, lo que promete ser un excelente verano se traducirá seguramente en una oleada de inversiones en la mejora de los alojamientos turísticos, pero no parece que vaya a ocurrir lo mismo con las áreas públicas de nuestras costas, cuyos gestores no tienen recursos económicos para afrontar la mejora. Tampoco aparecen modelos de gestión alternativos que puedan ofrecer soluciones sin la intervención pública, que permitan pasar la responsabilidad de la operación del día a día a niveles más cercanos por el ciudadano, y más controlados por ellos.

 

Esto no es un fallo menor, sino que tiene el potencial para anular el efecto de la inversión privada, dado que la impresión que el turista se lleva de una zona es un todo conformado por diversos elementos que inciden a la vez. Está bien que podamos ofrecer un nivel de seguridad alto en comparación con los competidores, pero esa ventaja debería ser el motivo central para optimizar otros elementos que nos permiten competir y, en cambio, esto no parece que vaya a llegar este verano al menos.


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