Acabo de dejar la estación de Atocha y escribo desde el vagón 2 del AVE de este jueves que se dirige a Málaga. La cola en el control de seguridad y en la del embarque ha sido muy similar a la de antes de la aparición del maldito coronavirus. O sea, como siempre que cojo un AVE entre semana de Madrid a la capital de la Costa del Sol.
La sala vip estaba a reventar. Lo primero que me llamó la atención nada más pisar Atocha fue no ver a ningún pasajero con mascarilla. Tampoco la llevaban los empleados de Renfe, ni en la estación ni en el tren. Eso sí, uno de ellos lleva guantes cuando nos ha ofrecido el periódico. Todo transcurre como cualquier día con anterioridad a la psicosis.
Una empleada de la red de ferrocarriles del Estado me dice que ha bajado el movimiento de extranjeros asiáticos, pero que los trenes van con buenas ocupaciones y, con sonrisa sarcástica, que “la gente está loca”. Curiosamente es la misma frase que me había dicho en la mañana una farmacéutica de la calle Hermosilla.
Son las 18,40 cuando redacto este párrafo después de leer la apertura de ahora mismo de nuestro digital. Qué suerte tienen los caribeños y los latinoaméricaos en general: allí apenas ha llegado el coronavirus y, por tanto, la locura de los políticos, de los medios y, por qué no decirlo, de los pusilánimes del mundo.
Me alegro de que los aviones hacia La Habana, Punta Cana, Santo Domingo y Cancún vayan con ocupaciones similares a las del año pasado, aunque se hayan caído, eso sí, los vuelos desde Italia a República Dominicana. Y me alegro por las compañías aéreas, por el turismo y por la mano de obra que vive de nuestra industria.
No tengo información sobre el movimiento de pasajeros en la estación de Chamartin, pero pienso que los trenes han de ir más o menos como el que me lleva a María Zambrano. Me voy a comer una torta Inés Rosales que he rapiñado de la sala vip y voy disfrutar del último libro de John le Carre.
Quédate en tu casa.
Mejor en tu habitación,así no te contagia nadie.
Para CUENCA: tu si que estas infecto.
“.. Lo primero que me llamó la atención nada más pisar Atocha fue no ver a ningún pasajero con mascarilla”.
Pues mira que se han cansado en decir que las mascarillas no serven para nada.
Coincidencia o no, el martes pasado tomé el AVE desde Zaragoza (a las 8.30) a Madrid y vuelta en el día (a las 18.30), y el tren iba vacío cuando lo habitual es que en esos horarios vayan hasta la bandera. La sala Club, efectivamente, a rebosar como siempre.
No hay que ser hipocondriaco pero sí conviene tener cautela. Un roce desafortunado con la persona equivocada y te tocará pasar por el calvario del Covid-19.