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EDICIÓN ESPAÑA

La crónica del fin de semana

El espacio aéreo en Europa, sin legislación aceptable a nivel continental

El Parlamento Europeo sigue sin tomar en serio la necesidad de que cada proveedor de servicios en el transporte aéreo asuma la responsabilidad por lo que hace y deja de hacer
Las aerolíneas se quejan, con razón, de que son las que tienen que pagar todos los efectos del mal servicio, independientemente de su responsabilidad

El espacio aéreo en Europa debe ser gestionado a nivel continental. Evidententemente, no tiene sentido seguir las fronteras nacionales porque, simplemente, es inoperativo. Un avión de España a Suecia puede escoger diversas rutas, pasando por diversos espacios nacionales, lo cual exige un trabajo de coordinación y dirección que sólo tiene sentido a nivel europeo. Vamos, que es obvio que el negocio de la aviación de corto radio en Europa es continental.

 

Iberia en el aeropuerto de Madrid BarajasPor eso, con buen criterio, Europa ha intervenido y ha adoptado medidas para garantizar un buen servicio y, especialmente, un buen trato al usuario. Europa, a través de su Parlamento, ha legislado que sean las compañías aéreas las que, en caso de incidencias, asuman la interlocución con los usuarios. La decisión europea tiene toda la lógica del mundo, porque no es razonable pretender que el viajero tenga que dialogar con la larga lista de agentes que participan en el trabajo colectivo que supone ofrecer un vuelo internacional intraeuropeo.

 

Hasta ahí todo normal. Si el viajero no recibe el servicio prometido, la compañía se debe de hacer cargo de los hoteles y los costes hasta que se subsanen los problemas. ¿Quién puede estar en desacuerdo?

 

El problema, sin embargo, viene después. La compañía, a la que le hemos encomendado que se haga cargo de los costes de esa alteración del servicio, no tiene ninguna posibilidad de repercutirlos en los operadores que le pudieron impedir atender a sus pasajeros. Y aquí el legislador se fue de vacaciones, de desentiende. No es su problema. El legislador europeo sólo ha resuelto el problema del viajero, pero no sigue la causa del retraso o de la cancelación para resarcir a cada uno de los agentes que no tienen la responsabilidad de lo que ha ocurrido.

 

Este es el problema que enfrentan hoy las compañías aéreas en Europa. No, el problema no son las huelgas, que siempre las habrá, sino que el legislador se ha desentendido de quién ha de pagar los costes de esas huelgas y deposita la factura únicamente en la taquilla de las compañías aéreas.

 

Vean ustedes lo que sucedió en los dos primeros días de Semana Santa, cuando la mafia de los controladores franceses volvió a amargar la actividad de media Europa (en su huelga número 41 desde 2009): miles y miles de viajeros tirados por Europa, a costa de las compañías aéreas que se ven obligadas a pagar los hoteles de estas personas. Miles y miles de personas enfadadas con las aerolíneas porque estas no quieren asumir toda la factura de las comidas, los desplazamientos y las recolocaciones posibles. Un desgaste absolutamente intolerable en quien no tiene la menor responsabilidad por lo que ha sucedido. Los aviones están en las pistas, los pilotos y demás tripulantes están esperando para volar, pero las compañías tienen que renunciar a operar porque los retrasos serían insoportables, generando un caos absoluto. Por eso las cancelaciones y por eso las enormes facturas.

 

La perversión del modelo europeo es absoluta. Tanto que ni siquiera funciona el efecto de la huelga. La huelga persigue perjudicar al empresario que no negocia, pero con el modelo que ha creado Europa, la huelga perjudica a un tercero que no tiene nada que decir. No van a ser las aerolíneas las que se sienten con los controladores, porque las soluciones no están en sus manos (eso, por supuesto, si fuera un conflicto que tuviera remedio, cosa que es altamente improbable). En cambio, la autoridad aeronáutica francesa, que sí sufre un desgaste de popularidad por culpa del paro, no tiene costes económicos. A ella no le llega ni una de las facturas de los hoteles que se han debido de pagar, ni de las pérdidas que han tenido los viajeros, ni de los efectos económicos de otro tipo que se han debido sufragar.

 

El lobby de compañías aéreas europeo creado para lidiar con este entuerto tiene por delante un reto absolutamente difícil pero, al mismo tiempo, puede tener la certeza de que tiene la razón. No es ni justo, ni eficaz, ni razonable, que quien asuma los costes de un conflicto no sea quien lo causa. Es imperioso que haya una cascada de las responsabilidades económicas hasta encontrar a quien no ha sido capaz de atender sus funciones, en este caso concreto la autoridad aeronáutica francesa.


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