Turismo: ¿podemos morir de éxito?

Ignacio Vasallo ha escrito un brillante y a la vez demoledor artículo en este mismo medio digital a propósito del debate abierto sobre los “males” del turismo en medios generalistas y, en general, en el conjunto de la sociedad española.

Coincide la polémica –que tampoco viene nada mal- con la presentación por parte de TourEspaña- de un vasto proyecto a largo plazo cuyo objetivo sustancial es captar el llamado “turismo de calidad” que, en definitiva, no es otra cosa que tratar que pasen por el país gente con dinero y con posibilidad de gasto.

Iniciaba este periscopio turístico con la cita a Vasallo-que el hombre de la cosa lo sabe todo porque ha sido cocinero, fraile, experto, turista, receptivo y emisor-porque es monumental menhir al conocimiento, la moderación y la sensatez. Los dos, por lo que parece, leímos el pasado 2 de julio un artículo de un tal Iñigo Domínguez en un diario antes independiente de la mañana. A los dos nos ha llamado la atención una aseveración realizada por el citado que concluye de esta guisa: “el turismo envilece los lugares y la gente”. ¡Manda carallo!

Entonces, mi querido amigo, ¿por qué todos los países del mundo libre (incluso del esclavizado) se matan por un turista? Comprendo cierto malestar de los residentes con las incomodidades que un turismo masificado puede ocasionar en determinados momentos y en ciertas circunstancias. ¡Claro! Yo mismo podía poner el grito en Cibeles (y no lo hago) por el perjuicio que me supuso el reciente WorldPride en el centro de Madrid con todo colapsado. Puedo comprender las quejas de aquellos que no ven ni por asomo el beneficio económico y por el contrario sufren los malestares del mismo. He sido testigo del enfurecimiento de algunos ciudadanos cuando oyeron por televisión a Kike Sarasola alabar al WP y sus bálsamos económicos. ¡Será para ti, que tienes hoteles!, respondían.

Escrito lo anterior vuelvo al redil. El maestro Vasallo recordaba a propósito de la “turismofobia” que España no sería España si en los años sesenta no se hubiera iniciado el sector en sus trazos más gruesos. Gracias al turismo –también a la industria, naturalmente-se pudo cambiar las zapatillas por los mocasines. Ello en el plano exclusivamente económico. Pero no se puede olvidar tampoco los corolarios sociales. En el cambio de la sociedad española en blanco y negro hacia colores más nítidos y atractivos se debió entre otras cosas y fundamentalmente al turismo. Los postulados no hay que demostrarlos, mis queridos amigos. Es más, frente a hechos no caben argumentos.

El éxito extraordinario y no cuestionable del turismo español debe, más a más, abrir un periodo de reflexión serena teniendo también en cuenta las “quejas” de la ciudadanía al objeto de mejorar lo que sea mejorable . Ello no impide ni puede impedir nunca cuestionar la esencia del negocio. Es algo que va de suyo.

Son muchos, dejan poco dinero y no recibimos nada a cambio. Es el meollo de la queja. Hasta pueden llevar razón los que así opinan. Se trataría de que fueran más, que dejen mucho dinero y el “negoci” se reparta. ¿Dónde está el problema?

Decir que el turismo envilece es un canto a la autarquía, el aislacionismo y la caverna. El turismo antes que nada es cultura, intercambio, libertad, conocimiento y filantropía. Afortunadamente es una de las conquistas del ser humano que no tiene marcha atrás. Por lo tanto, será mejor administrar con tiento la turismofobia sin perder de vista la turismasificación que regodearse en la melancolía.

Resumiendo, no sólo hay que combatir el turismo sino ampliarlo con cabeza, solidaridad y justicia.

Por lo demás, ya está tardando demasiado el plan del Gobierno para captar el “turismo de calidad”. A ver si pasan de una vez por todas de las palabras a los hechos.