Mientras Francia frena su alta velocidad, España la acelera

Francia tiene un organismo llamado “Cour des Comptes” que cumple la función de un auditor, certificando si las inversiones públicas ofrecen el rendimiento que se pretende cuando se conciben. Este organismo acaba de hacer público un informe sobre el gasto en trenes de alta velocidad (TGV, en francés) que lleva a cabo Francia, sugiriendo la conveniencia de reducir esta inversión dado que ni en el mejor de los escenarios varias líneas pueden llegar a la rentabilidad.

En Francia, la compañía pública que opera los trenes tiene diversos modelos de gestión. Existen servicios comerciales (aquellos que se financian con los ingresos) y servicios no comerciales (aquellos que son subvencionados por el Estado y que responden a lo que se llaman “Trenes de Equilibrio del Territorio”, que son mantenidos por razones estratégicas). Los trenes de alta velocidad son comerciales, se tienen que financiar con los ingresos, de forma que el órgano fiscalizador los ha auditado con la idea de que tienen que generar los ingresos suficientes para justificar el gasto. ¿A qué conclusión llega? Aconseja parar las inversiones porque no hay demanda para tanta oferta. O sea, parar el gasto, frenar el crecimiento.

Francia tiene muchos trenes de alta velocidad, pero muy pocas líneas. En total, apenas 2.036 kilómetros. O sea, mucha menos red que España. Existe una línea ya clásica porque fue la primera, que va a Lyon, y que fue un éxito desde su apertura en 1981; una segunda al sureste, incluyendo Marsella; una tercera al Atlántico; una cuarta al norte, que conduce a Lille y desde allí a Bélgica y Gran Bretaña y la última a Estrasburgo, que está teniendo serios problemas para captar viajeros. Aunque son relativamente pocas líneas, hay muchos trenes porque en un 40 por ciento del tiempo circulan por vías convencionales, para llegar a destinos en los que no hay aún servicio TGV.

El auditor, tras revisar las cuentas, denuncia que la rentabilidad en cada nueva línea que se abre es inferior a la de las anteriores, aduciendo que quizás la oferta de líneas aéreas low cost puede haber influido en la pérdida de clientes. Recordemos que el primer tren de alta velocidad francés circuló en servicio en 1981, cuando los cielos europeos estaban estrictamente regulados.

El auditor francés advierte de que los671 kilómetros de vía de alta velocidad actualmente en construcción podrán tener serios problemas económicos, por lo que recomienda parar la inversión. El auditor compara la red francesa con el servicio Tokaido Shinkansen de Japón, aduciendo que este transporta un 50 por ciento más de pasajeros cada año, con mucha más frecuencia de trenes (320 diarios), atendiendo sólo 17 estaciones. Explica que todo es una cuestión relacionada con la densidad de población, muy superior en Japón como es conocido. El organismo parisino sugiere que en el futuro los servicios de TGV se tendrán que centrar en las líneas más importantes, especialmente en viajes de una a tres horas, donde hay grandes ventajas para el TGV.

¿Por qué darle realce a esta noticia? ¿Por qué comentar esto en España?

Porque mientras en Francia dicen que no tiene sentido seguir haciendo trenes de alta velocidad, mientras explican que la competitividad de estos trenes se reduce sensiblemente a partir de los viajes de tres horas, mientras se lamentan de su baja densidad de población, nosotros, en este país virtualmente al borde de la quiebra, seguimos invirtiendo alocadamente, como si nada. Vamos a los bancos a pedir dinero prestado para seguir construyendo lo que en Francia, con más densidad de población, y más poder adquisitivo, ven que es inviable. El caso de las obras a Galicia o Asturias, por ejemplo, es demencial porque es un tren de una extensión desmesurada para la previsión de tráfico que tiene, además construido en una orografía endiablada, que encarece la obra.

Lo desastroso de este país es que, debido a la politización completa de las instituciones, ningún organismo público ha abierto la boca para denunciar cómo estamos dilapidando el dinero en esta obra; todos los partidos callan porque todo esperan conseguir una cuota de votos en Galicia o en Asturias, o en León. Tan culpable de este desastre es el Gobierno como la oposición que no tiene la valentía de oponerse a una operación que no resiste el menor análisis.

Si el tren a Valencia y Alicante no tiene sentido económico, si las promesas para Murcia son un sueño, ya me dirán qué pensamos hacer con la inversión en Galicia.

Se puede aceptar que un país se endeude cuando de esa inversión se pueden esperar rendimientos en la mejora de producción que compensen el gasto a largo plazo. Sin embargo, el dinero que estamos invirtiendo en trenes de alta velocidad parece que no nos cuesta nada. Nadie ha hecho estudios, nadie evalúa y todo queda a merced del rendimiento electoral, que no económico.

Que esto nos ocurra es tremendo, quesea en medio de una crisis económica y financiera como la actual es simplemente esperpéntico.