Piñero: cuarenta años para crear un imperio de 11 mil habitaciones

Las empresas de Pablo Piñero no se caracterizan por trabajar sus marcas con la fruición de muchos competidores: son más sencillas, menos chillonas, pero muy eficaces, muy cuidadas, muy controladas. Todas comparten sol, el mismo sol, como logo. Es el sol que usó inicialmente su agencia de viajes, Soltour. Porque todo empezó como agencia de viajes, en 1975, en Murcia. Después Soltour se convirtió en un mayorista de viajes, ya en Mallorca, ofreciendo un producto básico, sencillo, a buen precio, aprovechando por supuesto las agencias de viajes ajenas, dado que él no llegó a tener una red propia.

Pronto Piñero descubriría, como muchos de sus colegas, que los márgenes no estaban en la agencia de viajes, ni siquiera en el negocio mayorista, sino en la hotelería. Por lo que hizo sus incursiones en el mundo del alojamiento. En los ochenta empieza a comprar hoteles, primero el pequeño Rubens, que ya ha vendido, y después otros que aún conserva como el Bahía de Palma y el Tal, los dos en Mallorca.

Tras unos años como agente de viajes y hotelero, Piñero reenfoca su actividad: hoteles sí, pero Mallorca no es lo más prometedor. Por lo que primero se va a Canarias y después al Caribe. Se trata de buscar lugares donde el hotel pueda ser como el empresario quiere y, sobre todo, que tenga demanda todo el año.

Por lo que los hoteles que ya tenía, más un tercero, el Coral Playa, en Magaluf, se quedan como Hoteles Piñero, y se marcha con una nueva marca, Bahía Príncipe.

Que un empresario con un puñado de hoteles medianos y un pequeño mayorista de viajes se lance en cierta medida a un proyecto tan ambicioso demuestra una estrategia clara, una idea fija, y una lucidez impresionante para entender dónde está el negocio, qué busca el cliente, dónde se logran economías de escala. Así empieza la gran expansión, primero a Canarias –con la ventaja conocida de que en las Islas Afortunadas no hay estacionalidad– y después, el salto a Dominicana, y más recientemente a México y Jamaica.

Observemos que en todo esto Piñero es aprendiz y autodidacta: comprueba la realidad tocándola. Pero su actitud ante lo nuevo, austera y global, le permite asegurarse el éxito.

En Canarias, la marca Bahía Príncipe se extiende con con hoteles de calidad, pero de cuatro estrellas, todos en Tenerife (el Costa Adeje, de 507 habitaciones; el San Felipe, de 261 y el Tenerife, de 288).

Pero donde Bahía Principe realmente se construye como marca es en Dominicana. Doce hoteles o, si se prefiere, doce complejos, como las grandes cadenas. Allí es donde Piñero se demuestra ambicioso, de ideas claras y excelente gestor. Primero hoteles en torno a las 300 habitaciones (alguno rozando las 800), con el máximo nivel de lujo, capaces de captar clientes en todos los mercados, casi siempre en régimen de todo incluido, fundamentalmente en Punta Cana y en Samaná.

Después la marca se extiende a México, en la Riviera Maya, donde construye otros cuatro hoteles, entre ellos uno de casi mil habitaciones, que es el más grande del país. También construyó otros dos hoteles en Jamaica, también con dimensiones colosales.

Así llegamos a las 11 mil habitaciones, los 10 mil empleados, los 26 hoteles en cuatro países. Y todo gestionado desde una austera oficina en la Plaza del Mediterráneo, detrás de Gomila, desde donde con humildad y sin aspavientos se dirigía un imperio.

Además, también entra en la oferta residencial con algunos complejos de viviendas, en el golf, y en algunos otros negocios complementarios de dimensión más pequeña pero, como es norma en la casa, rentables.